«Esa noche en Medellín, el clima era exótico y la temperatura del agua en el jacuzzi parecía hecha para el placer. Un hombre sentado en la bañera no era más que un preludio a la pasión que se avecinaba. La madre soltera venezolana había llegado con una sola intención: dar rienda suelta a sus pulsiones sexuales.
Con los ojos fijos en el extraño que se encontraba en la bañera, la señora se acercó dispuesta a darle un gusto. El hombre, sorprendido pero agradecido, se ofreció sin dudar. La venezolana no perdió tiempo y comenzó a chupar su verga con una pasión que parecía provenir de la mismísima puerta del infierno.
El tipo no podía creer lo que estaba viviendo. Esta perra, esta puta, era capaz de hacerle sentir cosas que nunca había sentido antes. Su pene se estremeció de placer mientras ella le hacía sexo oral con una habilidad que solo las profesionales del porno saben dar.
La venezolana no se detuvo allí. Quería probar algo más, quería dar un giro al asunto. Le dio la vuelta al tipo y comenzó a montarle con una furia que parecía impulsada por el demonio mismo. El hombre gritaba de placer mientras ella le daba un buen chimbo.
Así pasaron la noche en ese jacuzzi, fundidos en un abrazo sexual que parecía no tener fin. La madre soltera venezolana había cumplido con su objetivo: hacerse la puta del mundo y disfrutar cada minuto de ello.»
