«Mi Ex rica panocha» podría ser el título de un episodio de mi serie de confesiones eróticas. Pero hoy, me alejo de mis experiencias amorosas y les ofrezco una imagen que evoca la pureza, el cariño y la inocencia: un bebé sosteniendo un oso de peluche en su boca.
Pero no nos engañemos, amigos lectoras y lectores. Bajo esa sonrisa angelical y esos ojos brillantes, late el ritmo salvaje del deseo que algún día se manifestará. Y es que la sexualidad no nace por generación espontanea; surge de la observación, de la curiosidad y del contacto con el mundo.
Recuerdo cuando era niño y me gustaba explorar los cuerpos de mis hermanas, tocar sus pezones, sentir su piel suave. Era como si estuviera descubriendo un paisaje desconocido, lleno de aromas y texturas exóticas. Y en ese proceso de descubrimiento, nace el deseo.
De la misma manera, cuando veo a este bebé con el oso de peluche, me imagino su futuro sexo oral, su primer orgasmo, su verga erecta. Me imagino la perra que alguna vez será, la puta que se atreverá a tomar lo que quiere y no pedir permiso.
Me alejo del presente y entro en el mundo de las fantasías eróticas. El bebé con el oso de peluche se convierte en un adulto follar sin cesar, en una pareja follando como animales, en un porno rodado en una habitación llena de juguetes sexuales.
Y es que la sexualidad no tiene edad, amigos lectoras y lectores. Nace en el instante en que nos damos cuenta de que somos seres imperfectos, con deseos y necesidades que requieren satisfacción. Y en ese momento, la panocha se vuelve rica, el sexo se convierte en un arte y la vida es una fiesta sin fin.



